Interrumpiste mi plácida siesta con un ligero cosquilleo sobre mi piel dormida. Desafiante, sin importarte desencadenar una batalla entre David y Goliat, firme, decidida y segura, te deslizabas sobre mí sin más recursos que tus ágiles patas y la certera orientación de tus antenas.
Finalmente, te atreviste a descender por mi rodilla, y te mezclaste entre el montón de cáscaras que había en el suelo, a mi lado.
Y al verte tan valiente, cargando con aquella cáscara de pipa que tan hábilmente me habías robado y que superaba cuatro veces tu tamaño, me sentí tan pequeña, que quise ser como tú... hormiga.
jueves, 3 de marzo de 2011
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