quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella, naufragado
y sobrevivido en una de sus playas"
_ Cristina Peri Rosi _
Con estos versos que son parte del libro que me acompaña cada noche, encabezo mi carta mientras busco entre el cajón desordenado de mi mesa las viejas lentes que me ayuden a continuar.
Tengo los ojos cansados, como el alma, vagando eternamente en la infinita soledad de recuerdos ajenos, como hermosa sucesión de sentimientos que buscan el caudal sereno del sosiego.
Me confieso marinero empedernido, navegante sin retorno, capitán de cien mil barcos sin timón ni rumbo fijo, surcando mares de curvas nacaradas y perfume de mujer. A sotavento y a barlovento, de babor a estribor, he transitado por las aguas caudalosas de la belleza que las inunda, descansando en sus recodos y anidando en sus imprevisibles remansos. Me declaro experto observador de su perfecta silueta femenina, de sus amplias sonrisas, de sus contrastes, de sus miradas profundas, de sus tristezas, y de esa infinita ternura que sólo ellas poseen. He compartido sus pasiones más sublimes, los más ardientes deseos, y esos inexplicables días grises de bajón y chocolate; y sin embargo... No las conozco, aunque las amo.
Todo esto para decirte al fin, mi querido nieto, que he sido un vulgar mujeriego.
Desde este apartado rincón de ocio y hastío donde los gritos del silencio arañan las entrañas, desempolvando el pasado, dedico un repaso maldito a mi cuaderno de bitácora, y haciendo honor a la verdad, reconozco que nunca hubo una historia peor escrita.
Entre páginas de llanto comprimido veo a tu abuela, con el alma embalsamada y dos hijos colgando de la teta, que demandan el derecho a sus sustento. Mientras yo, cabalgando con las olas, era el eterno ausente.
Me perdí la infancia de mis hijos y la vuestra enredado entre vanas oquedades, coqueteando con la promesa de una juventud que se perfilaba casi eterna. Y hoy, masticando el dolor de la amargura, como madera herida que cruje con el viento, me siento naufrago impotente de mi propia travesía.
Me dices en tu carta que te has licenciado en Derecho y que ya empiezas a ganar tus propios honorarios. Sé que serás un buen abogado, más no olvides ser primero hombre; y no tomes como referencia a este viejo anclado en la memoria del recuerdo, que embiste la nostalgia a bofetadas. Navega siempre libre, pero recuerda ponerte un rumbo fijo y una hora en tu reloj; porque si no, cual gaviota solitaria, serás como yo, observador expectante del tiempo que no vuelve. Escoge un día en tu calendario para atracar en buen puerto y deja varada en la orilla tu gorra de capitán. Y a esa compañera tuya, que sin duda sabrás elegir, cúbrela de sueños dorados, y con manos gloriosas, baña con un resplandor su vientre adormecido, robando el oro al sol si es necesario. Disfruta más con ella que de ella, y ámala desde el espejo de sus ojos. Y ama a tus hijos, porque ellos son la continuidad de la vida y la estrofa de esperanza del mañana. Sobre todo... Nunca te proclames sucesor de mis errores.
Intenta traspasar el blindaje del alma de tu padre, y dile que aunque me tenga prohibido recordarle, desde las mudas sombras de la esperanza, le pienso a menudo, porque los años otorgan el derecho de no sucumbir a los mandatos, y yo, llegado a esta dimensión del tiempo, no respeto ni al matasanos que me aconseja que no fume.
Deposita un cálido beso sobre la frente noble de tu madre, y hazle saber que añoro sus comidas picantes con sabor a sal, porque aquí todo es tan insípido como la propia existencia.
Cuélate en el álbum de recuerdos de la abuela y arráncale una foto a hurtadillas, para que pueda ponerla bajo mi almohada...Sabes que siempre me gusta llevarle la contraria y así dormiré con ella sin que se entere. Háblale de mí con voz serena, y dile que no la culpo por haberme encerrado en este geriátrico donde su recuerdo me sabe a ternura. Explícale que mitigo cada noche mi dolor proyectando su imagen difuminada en mis cansados sueños de añoranza. Y así, cuando el viento cierre al fin la puerta de la vida y el silencio eterno se imponga en el vacío, su abrazo me alzará en vuelo de palomas mientras su nombre se mezcla con las nubes.
Voy a ir concluyendo, se ha hecho tarde; para mí la vida ya tiene un ritmo lento y mis manos no avanzan tan aprisa como yo quisiera. Al igual que mis palabras, están quebradas por la infinita tortura de la carcoma del tiempo.
Presiento mi final cercano y cierto, como ronco alarido que se pierde entre tinieblas. Tengo algunos ahorrillos reservados, y a ti Marcos, te nombro albacea de mi alma. Tú borrarás su última fecha en el calendario cuando el helado beso de la muerte la devuelva a mis brazos para siempre, porque me iré antes que ella... Y depositarás en su memoria una rosa roja por cada día que le robé, dibujando así sobre su tumba la bella alfombra que no supe poner a los pies de su vida.
Tu abuelo
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