Me adormecí en tu discurso tantas veces
que terminé siendo heredera de tu voz y tus dictados.
Creí en ti
como en un maldito dogma sagrado
que convence y envenena.
Hoy... hoy te juzgo y te condeno
y me atrevo a preguntarte
de qué vacía estancia de tu alma
salieron esas huecas palabras que no te habitaron.
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