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jueves, 3 de marzo de 2011

Entre las Sombras del Miedo

_ Primer Finalista del Concurso del día de la Mujer 2006 _
(Publicado y Editado en la Antología de Relatos Breves día de la Mujer)
Depósito Legal CC- 48- 2007
La puerta entreabierta se mecía con el viento en un constante chirrido que interrumpió mi sueño.
Empezaban a despuntar los primeros rayos de sol en la ventana y el impecable vestido que colgaba como un estandarte de la columna acrecentó mi angustia vespertina.
Al fondo, sobre el baúl, los abalorios lucían alineados en perfecta armonía, concienzudamente limpios y pulidos, dispuestos para engalanar a cualquier novia.
Agradecí que mi madre me llevara el té a la cama, aunque no así, la pequeña charla que mantuvimos mientras intentaba convencerme de que “ Abdul- Raschid” sería un buen marido para mí. Es un hombre rico, me decía; un mercader consolidado con el que vivirás desahogadamente, y será un buen padre para tus hijos. Recuerda, “Ashira”, que dada la situación en la que te encuentras, no se puede pedir nada más.
Asentí mansamente con la cabeza, en una súplica silenciosa para que me dejara sola, preguntándome a mí misma dónde terminan los límites de la sumisión e intentando comprender la magnitud del miedo que lleva a una madre a callar ante el desgarro cruel de la injusticia.
Los recuerdos mordían mis entrañas como cuervos hambrientos, y sin poder evitarlo, reviví de nuevo aquella escena en la que, escalando los límites prohibidos, “Abdul Raschid”, un amigo de la familia, se abalanzó sobre mí en tenaz persecución, haciéndome objeto de sus placeres más mundanos hasta desahogar en mi interior la culminación de su deseo, como perfecto final a una de las muchas noches de lujuria y desenfreno que mi padre y él solían compartir.
Decidí ahogar mi dolor en el silencio porque en mi cultura las mujeres son repudiadas después de una violación, pero la primera falta en mi regla se hizo visible al mes siguiente, y sin poder ahorrarle un dolor innecesario, pronto mi madre se convirtió en testigo mudo de mi consumada tragedia.
Desde su resignado letargo, trató de justificar la cruel proeza de “Abdul”, alegando en su ilícita defensa que era muy mayor y estaba solo, corriendo así un abatido velo sobre el tenue matiz de mi esperanza, mientras me explicaba en vano lo afortunada que era.
._ Abdul, pediría mi mano para restaurar su agravio y mi honor, y yo, me convertiría en la amante y fiel esposa de un hombre veintidós años mayor que yo, al que aprendería a amar según ella, con el paso del tiempo._
Me casé fiel a la tradición musulmana en una ceremonia preparada hasta el último detalle minuciosamente, como si nada hubiera pasado, y así, emprendí la fatigosa tarea de sobrevivir entre las doradas paredes de mi prisión particular.
Ahora vivo rodeada de columnas de marfil y tinieblas de miseria, cautiva en un sarcófago de emociones enterradas bajo el “burka”, y deambulo perdida en la fría noche de mis anhelos intentando encontrar el brillo de la vida bajo mis alegrías enclaustradas.
Mis obligaciones de esposa me mantienen ocupada entre fogones de plata, sin poder ahuyentar la pesadumbre que me aturde desde esta solitaria estación de mi tristeza.
Bajo este absurdo tul que apenas si me permite ver con claridad, puedo sentir la brutal embestida de la vida y me pregunto dónde fue a parar la primavera, mientras recuerdo con nostalgia a “Hasif”, mi novio de siempre.
Me siento como sueño que se desvanece, palpitando entre las sombras de la nada en profundo desaliento, y las repetidas palabras de perdón de “Abdul”, resuenan huecas, como eco de lejanos aullidos sobre mi alma.
Ocupo parte de mi tiempo colaborando discretamente, casi a hurtadillas, con mi gran amiga “Halima-ul -Hag”, precursora de la causa por la liberación de las mujeres, en una lucha abnegada por defender sus derechos. Y eso me ayuda a sentirme viva.
Mi embarazo está a punto de llegar a término y sólo el constante contoneo de mi hijo meciéndose en mi vientre consigue abstraerme del melancólico vacío que me rodea.
Elevo al cielo una plegaria cada noche por su divina existencia y ruego, entre lágrimas de esperanza, que nazca varón, para que no tenga que soportar el tácito sufrimiento al que se ven sometidas las mujeres de mi estirpe.
Llueve sobre el paisaje desolado de mi eterno descontento, y sumida entre los muros inquebrantables de mi memoria, me atrevo a soñar más allá de los velos que me separan del mundo.
Me pregunto continuamente cómo hubiera sido mi vida si el destino me hubiese llevado a nacer en cualquier otro lugar, lejos de las cadenas opresoras del mundo árabe. Un lugar donde el aire sople libremente y reír no sea un peaje por el que hay que pagar. Un espacio abierto donde los mandatos de los hombres dejaran de ser dogmas impuestos para las mujeres y en el que la única palabra sagrada, fuera LIBERTAD.
El timbre del teléfono me arrancó bruscamente de mis sosegados pensamientos. Desde el otro lado del auricular, el Dr. “Aref-Manshur”, me informaba de los resultados de mi última revisión. Todo está bien me dijo, y ¡enhorabuena! Aunque no me lo preguntaste, es una niña.
Sus palabras retumbaban en mis oídos como un débil canto de amargura y mi esperanza, teñida de tristeza, fue dando paso poco a poco a una ilusión desvanecida.
Las ideas se agolpan ahora en mi mente como inoportunas salpicaduras que estropean la prenda que más quieres y mi alma se debate implacable entre una confusa sucesión de sentimientos, intentando alcanzar la invisible frontera de la resignación.
De repente, como quien pulsa el replay de un magnetófono, la película de mi vida transcurre ante mí sin poder detenerla, reavivando mi ira contenida, como quimera maldita que despierta bajo el túnel del dolor.
No quiero que mi hija despliegue sus alas entre tormentas invencibles, ni que el brillo de sus ojos se tamice bajo un manto sin poder mostrar al mundo su expresión.
Me resisto a imaginarla reposando bajo la rígida corteza del yugo ajeno y nutriéndose de su amarga hiel mientras la vida se le escapa en cada soplo, esperando un sueño libertador que nunca llegará.
Y así, huyendo de una realidad que me atormenta, con el alma desgarrada y sin más compañía que mi propia sombra, dirijo mis pasos hacia el océano en busca del sueño anticipado de la muerte.
He llegado hasta la orilla y desde este infinito espacio de paz que no es de nadie… ésta es mi última reflexión.
Querida hija:
No quiero que llegues al mundo sujetando la pesada carga de las cadenas, ni que camines teniendo que arrastrarlas. Preferiría verte muerta antes que enarbolando la injusta bandera de la esclavitud, pero no soy una asesina, y no podría matarte después de haberte conocido.
Me llamo “Ashira Rahman” y voy a lanzarme al mar, aun sabiendo que moriremos las dos, porque es la única forma que encuentro de liberarte.

“Ashira” debió de nadar durante horas, y favorecida por la corriente que la arrastró mar adentro, se alejó muchas millas de la costa.
La rescató un pesquero que faenaba en aguas internacionales, exhausta y apenas sin vida, pero con el aliento suficiente para parirme. Mientras lo hacía, balbuceó débilmente unas palabras: “ Me llamo Ashira Rahman, quiero que mi cuerpo repose en el mar, y que ella sea libre.”Aguardó a mi primer signo de vida y como si el destino la hubiera mantenido extrañamente viva hasta poder oírme, con mi primer llanto, expiró.
Así relataron a las autoridades esta parte de la historia los marineros que la encontraron.
Hoy, dieciocho años después, y conocedora de la milagrosa hazaña que protagonizó esa gran mujer que fue mi madre, me he sentado frente al mar, donde reposa, y desde este espacio de paz que no es de nadie, ésta es mi humilde reflexión...
Querida madre:
Gracias a tu valentía, vivo en un país donde los derechos de las mujeres son respetados igual que los de los hombres. Hemos avanzado mucho en esa discutida lucha por la igualdad de sexo, y seguiremos haciéndolo hasta que llegue el día en el que no tengamos que hablar de hombres y mujeres, sino de personas. Y aunque aún nos queda mucho por hacer, siento mi condición femenina como un privilegio.
Me llamo “Amanda Welinton” y soy libre.

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